Crecí viendo a mis hermanos mayores entrar al mundo laboral sin pasar por la universidad. Para mis padres, la educación superior era un lujo inalcanzable, un camino que no estaba destinado para nosotros. Pero yo tenía un sueño, una chispa que me impulsaba a romper ese molde. Luché contra las expectativas, contra la idea de que mi destino estaba predeterminado. Y hoy, estoy en mi segundo semestre universitario, el primero en mi familia en entrar a la Universidad, un testimonio de que los sueños, sin importar cuán grandes parezcan, pueden hacerse realidad.